Cuentos cortos en español.

lunes, 27 de enero de 2014

Resaca

Un perro tímido, asustadizo, pequeño. Se acerca siempre con la cabeza gacha temblando un poco y mirándote temeroso, pidiéndote permiso para acurrucarse a tus pies y mendigarte unas caricias. Capi. Para todos sencillo Capi, puteable, el perro de la quinta del amigo. No hace lío, molesta poco; sólo hace unos ruidos muy extraños cuando se limpia y peor aún cuando duerme (respira como si cada inhalación le costara un esfuerzo sobreperruno, desorbitado para su tamaño).
“Apareció un día acá en la quinta y no se fue más” me dijo el dueño.
Nos quedamos mirando el rostro asustado y sumiso del perro. “¿Qué le habrán hecho?” me pregunto en silencio. “Si pudiera hablar, las cosas que diría” me digo en silencio.
“Si pudiera hablar, las cosas que diría” dice el dueño, en voz alta. Yo asiento.

domingo, 5 de enero de 2014

Goteras

Luciano disfrutaba pasar los días sentado en la puerta de su casa; tomar mate y perderse primero en el paisaje, luego en los infinitos senderos de su mente, abarrotada de historias como una vieja biblioteca. Escasamente se levantaba de la silla para responder a los reclamos del cuerpo, en especial a los de su oxidada vejiga, o para dar comida y agua a los animales de la granja.
Aquella mañana se había detenido a ver el techo de su derruido hogar, había pensado en Ana y en la pulpería de Ingeniero Jacobacci; recordó incluso tiempos en los que la estación de tren se llenaba de gallinas, vendedores e historias fascinantes de dinosaurios y otros delirios de gringos exploradores. Aunque solía contemplarlas desde distintos ángulos, ninguna de estas cuestiones lo dejaban sin dormir.
Foto por www.flickr.com/photos/rodoluca88
No cuidaba su nido porque creía -a los noventa y tres años con justa razón- que la muerte lo acechaba. Por eso tampoco veía el sentido de revolver cualquier pasado que le hiciera doler aún más el pecho, aún más las manos.
Se acercaba el vecino Juan Cruz caminando por el sendero de polvo que llegaba hasta la puerta de su casa. Cruzó la tranquera con paso firme. Aún estaba a cien metros de Luciano quien levantó una mano a modo de bienvenida.
-Viejito, se nos viene la lluvia - dijo Juan Cruz, mientras señalaba un punto donde, a través de las montañas, comenzaba a filtrarse una oscura tormenta.
El vecino tenía cuarenta y dos años, mujer, cinco hijos y aún podía trabajar. Solía quejarse con su amigo de todo aquello que conformaba su vida, pero el anciano sabía que Juan Cruz era en verdad una persona feliz.
-Mejor para esta tierra seca- respondió Luciano.
-Quizás, pero no para tu casa. ¿Por qué no tapás de una vez los agujeros del techo y te ahorrás un mal rato?- le recriminó amistosamente el visitante.
Pero Luciano, que no quería ocuparse de ello y lamentaba haber puesto a su amigo al tanto del asunto, se limitó a sonreír. El recién llegado no insistió con el tema.
Juan Cruz venía a pedir prestado un poco de yerba. Aún no eran las cinco y el almacén permanecía cerrado. Luciano le convidó del mate que él mismo estaba tomando y, luego, le señaló el escaparate donde almacenada en un frasco, reposaba la yerba.
Una vez que Juan Cruz se hubo retirado, luego de dar las acostumbradas bendiciones, Luciano siguió contemplando con calma el frente oscuro de la tormenta que, amenazadora, comenzaba a acercarse y a ensombrecer el paisaje. Al hombre le generaban fascinación las formas que las nubes iban tomando y cómo, a su antojo, el viento dibujaba rostros que el anciano creía de antiguos mapuches, o tal vez de santos. Observó también al General, enorme y bueno como Luciano lo recordaba de las revistas, y a Ana, la única mujer que había podido florecer en aquella árida Patagonia. Las nubes venían cargadas de recuerdos.
Foto por www.flickr.com/photos/perretto/
El gusto al primer beso se le mezcló de modo inesperado con la humedad del ambiente. Una gota cayó sobre la pava que Luciano tenía a sus pies y el tintineo del metal se mezcló con los aplausos que comenzaba a elevar la tierra al recibir una gota aquí y otra allá. Golpes de palmas; como los del teatro al que Luciano había ido apenas dos veces. Recordaba los vestidos, las luces, los hombres distinguidos de la ciudad y sus trajes. El anciano recogió su silla, la pava y el mate: se movía lento, contrario al goteo de la lluvia que aumentaba progresivamente su ritmo. Entró al hogar y cerró la puerta tras de sí.
Los labios arrugados de Luciano volvieron a acercarse a la bombilla de metal y dieron un profundo sorbo. Sintió la serena amargura de la infusión, sonrió levemente y acomodó el pañuelo en su garganta; comenzaba a hacer cada vez más frío.
Por las paredes circulaba el agua como un río vertical, cada vez más caudaloso; como los recuerdos, como los fantasmas, como la marea de gente entrando y saliendo de los vagones de aquel pasado remoto. Vio caer la primera gota dentro de su rancho: Ana cayendo a sus pies un alegre febrero. Vio el agua que comenzaba a acumularse en el piso, el padre cayéndole furioso a la madre, ebrio, un domingo.
Un charco.
El padre llorándole a ambos, el perdón necesario de un niño y una mujer; las tres almas que se saben solas.
El agua, como hacía con el viejo ahora, había mojado en otro tiempo las mejillas de un joven Luciano, que, entonces, había adorado profundamente a Ana. Mientras la besaba una tarde -la lluvia caía sobre sus cuerpos, y reían- prometió cuidarla, darle un hogar, seguridad, cobijo. Esa misma Ana, años más tarde, le negaría para siempre todo perdón, le gritaría hijo de puta no te quiero ver más y, luego, la misma Ana, subiría sin mirar atrás a un tren cuya locomotora se abriría con fuerza y desengaño a través del desierto, secando a su paso la tierra y elevándola en polvaredas; partiendo furiosa la Patagonia en dos.
Luciano -el viejo- bebía mate en su rancho mojado. Se sacó sus botas y estiró sus piernas. Como si se tratase del juego de un niño, metió sus dedos en la laguna que comenzaba a formarse en la casa, y chapoteó sus pies en ella.

martes, 31 de diciembre de 2013

Mañana

Mañana. Mis constantes hoy. Verte siempre mañana. Promesa de un tan cerca que nunca llega: el mañana es el futuro más inmediato, pero mañana jamás es presente. Condena eterna la de oler tu cuerpo tan cercano pero nunca acá, a mi lado: abrazados y fundidos en un instante como uno pero no, somos siempre dos. Dos puntos que se acercan pero jamás se tocan. Eterna aproximación del uno al cero (cero coma cero periódico uno), pero el uno jamás será cero y el cero será siempre cero y nosotros siempre dos y no uno. Casi puedo sentir como mi mano se posa sobre tu hombre y recorre el lento y cálido camino hasta tu rostro, dulce rostro que siempre llega pero nunca es. Mi inmutable hoy. Vos constante mañana. Hoy.